Un servidor, decidió ayer, luchar contra el temido aburrimiento, con un largo paseo, sin destino ni hora de llegada. Sólo faltaba tener límites en el fin de semana. Así que, cogí las llaves y el teléfono móvil - a modo de transistor - y lo demás lo hicieron mis pies y el sentido de la orientación. Primero, de espaldas al sol, viendo paso a paso, mi silueta dibujada en el suelo (¿quién quiere espejo, pudiendo verse asimismo con tal precisión?). En mi viaje, me cruzaba con hombres y mujeres, solos o acompañaos, que se encontraban en la misma situación que la mía, y que en un arrebato fraguao en sus sillones, prefirieron el aire fresco, a las chorradas de la caja tonta. Se adivinaba en sus caras, en sus ojos, en sus formas de caminar. Las miradas se cruzaban, y hablaban por si solas - ¡ya queda poco amigo!, en breve estarás cenando, y en la cama pa' comenzar una nueva semana -, en otra, expresé con los ojos a una desconocida - ¿y si hablamos? - pero la timidez, la locura, o una posible negación no nos dejó comunicarnos.
En mi trayecto, lo observaba todo, los viejos edificios (¿por qué nunca miramos hacia arriba? no sé si será a modo personal, pero me llevo gratas sorpresas cuando levanto la mirada ante los edificios que están en las calles que suelo conocer), el suelo, los árboles, los pájaros, la gente, el río... A mitad del paseo, decidí darme un respiro mientras sintonizaba en el dial un especial sobre Elvis Presley. Apoyao en la barandilla, ante el río, pude observar el agua, y sus extraños compañeros de viaje, que se aprovechaban de ella, a modo de medio de transporte gratuito, a veces verdadera mierda, otras, habitantes del líquido elemento. La tranquilidad y paciencia se introducían en mí, como verdaderos okupas, algo que agradecí.
Después de este punto de inflexión, caminé hacia el norte, cruzando el río, como un turista desorientao, en busca de la calle más comercial y transitada, y es que uno, también necesita algo de barullo pa' ser persona. Me gusta. En parte, odio los fines de semana por eso, por la excesiva tranquilidad, la ciudad se convierte en lo que no es, en un pueblo fantasma, con calles desérticas, en las que el único sonido que se aprecia, es el de alguna sirena, o las voces de un grupo de jóvenes.
Y cuando llegué al ruidoso centro, ya deseaba volver a un sitio tranquilo; y es que, el ser humano, como ¿racional? que es, nunca estamos a gusto con lo que tenemos, así que aceleré el ritmo pa' llegar lo antes posible a casa. El resto, como comenté anteriormente, cena y pa' la cama.
Mañana desearé que llegue el Domingo otra vez.
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